Caballo de Troya 2 by J. J. Benitez

Caballo de Troya 2 by J. J. Benitez

autor:J. J. Benitez [Benitez, J. J.]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2012-04-13T16:04:28+00:00


“repasó” de pies a cabeza. Concluido el examen fue aproximándose con lentitud y aire cansino. Al llegar a mi altura bajó los ojos, recreándose en los jirones del manto y de la túnica. Extrajo un dátil del fondo del cuenco y, con una maliciosa sonrisa, se lo llevó a la boca. La negra caries que azotaba las escasas piezas en pie fue un exacto reflejo de sus pensamientos. Masticó el fruto parsimoniosamente y, ante la expectación de sus hombres, escupió el hueso entre mis sandalias.

No pestañeé. Y con idéntica frialdad, sosteniendo su mirada desafiante, le tendí el salvoconducto.

Mi entereza le hizo dudar. Y, de un manotazo, me arrebató el rollo.

-¿Y por qué deseas ver a Civilis? -preguntó al fin, devolviéndome el documento.

Era preciso arriesgarse. Y dando por hecho que la patrulla de vigilancia en el sepulcro había regresado ya a la fortaleza y que la noticia de la extraña desaparición del cadáver del crucificado era sobradamente conocida por el optio, le anuncié que “había ocurrido algo especial”.

-¿Especial? -añadió con curiosidad-. ¿Dónde?

-En la tumba situada en la propiedad de José, el miembro del Sanedrín y que, como sabes, era vigilada por levitas y hombres de esta guarnición.

El suboficial frunció el ceño.

-¿Qué sabes tú de ese asunto?

Pero, moviendo la cabeza, le hice ver que sólo hablaría de ello en presencia de Civilis o del procurador.

-¿Sabes que podría apalearte por eso? ¿Quién eres tú, miserable andrajoso, para pretender molestar al gobernador de toda la Judea?

Tomó un segundo dátil y, antes de que tuviera ocasión de replicarle, formuló una tercera pregunta:

-¿No habrás sido tú uno de los ladrones...?

Sin querer, acababa de confirmar mis sospechas: los diez legionarios que integraban la escolta de vigilancia en el sepulcro debían estar de vuelta. Sin duda, una vez recuperados de su pasajera inconsciencia, al comprobar que la tumba se hallaba vacía, habían optado por regresar a la fortaleza, dando parte de lo ocurrido. Pero, ¿por qué había mencionado la palabra “ladrones”?

Decidido a terminar con tan estéril diálogo, le expuse con severidad:

-Cuida tus modales! Poncio está al corriente de mi reciente estancia en la isla de Capri, junto al divino Tiberio... Y dudo que ambos aprueben que se apalee a un astrólogo al servicio del “viejecito”.

El nombre del César fue decisivo. El optio, atónito, engulló el dátil y, entre los sarcásticos cuchicheos de la tropa, dio las órdenes oportunas para que Civilis fuera informado de mi presencia en el lugar.



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